Salmo 42 - Sed que solo Él puede saciar



El salmista comienza hablando de su necesidad vital de buscar a Dios:
Salmo 42:1 "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía".
Ninguna otra cosa puede satisfacer la necesidad que tenemos sino Dios. Es una necesidad única que cuando es saciada, llena todos los huecos que tenemos en el corazón.
"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?" (vers. 2).

Miren cómo describe el estar lejos de Dios. Era alimentado constantemente por un llanto terrible de angustia. Necesitamos inspeccionarnos sinceramente, que lo que digamos ante nuestro Padre sea verdadero:
"Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?" (vers. 3).

David tiene que recordar esos momentos que fueron únicos, cuando estaba en comunión con Dios y su deleite era él:
"Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí;
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta" (vers, 4).
Recordar esos momentos increíbles de alegría y victorias en Dios le hace entrar en crisis total, está luchando con el desánimo e intenta levantar su mirada y fortalecer su confianza en Dios. Pero es ultra necesaria la sinceridad, preguntarnos:
"¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío" (vers. 5).

Seguramente has experimentado esto muchas veces.
El salmista luego de decir: “Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”, vuelve a caer en desánimo y debilidad pero levanta nuevamente su mirada y vuelve a tener fe: “Me acordaré, por tanto, de ti”.
Es literal lo que muchas veces he pasado: bajar la mirada y poner a Dios como algo que suma a mi vida pero no como una necesidad vital. Esto es destructivo. La necesidad de Dios tiene que ser como la de ese ciervo que desesperadamente busca agua.
"Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán,
Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar" (vers, 6).
El salmista realmente ha vivido una crisis y describe esa situación así:
"Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas;
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí" (vers. 7).
Pero una vez más, él levanta su mirada y ve que la bondad de Dios es una realidad en su vida. Entonces vuelve a hablarle por su necesidad absoluta de él:
"Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida" (vers. 8).

Es terrible cómo dar lugar a la crítica de nuestros enemigos nos tira abajo, nos quita la fuerza. Creemos mentiras, bajamos la mirada y todo se vuelve algo triste y desesperante:
"Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?" (vers. 9,10).

No estás solo, tus enemigos no son tu guía, ellos no calman tu sed. ¿Por qué estás nervioso y sin paz? vuelve a creer, solo Dios calma tu sed:
"¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío" (vers. 11).

No dejes de exponer las verdades de tu corazón a Dios, sé claro y sincero. Él va a saciar tu sed. Que no canten victoria los enemigos, Dios es tu salvación y va a actuar.


Verónica Rodas


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