Salmo 56 - No titubees, el momento para confiar es siempre



¡Que la fe disipe la tormenta frente a los peligros que vengan!
David comienza declarando que “el hombre” está empeñado en acosarlo y que eso lo tiene mal. Enfrenta una lucha constante de opresión ya que no dejan de luchar contra él día tras día y actúan descaradamente:

Salmo 56:1,2
"Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me devoraría el hombre;
Me oprime combatiéndome cada día.
Todo el día mis enemigos me pisotean; Porque muchos son los que pelean contra mí con soberbia".

Ahora, en el versículo siguiente, nos guía a la salida de semejante situación. La fe es el ingrediente esencial. En medio del miedo, en el foco de la tormenta, decide confiar en Dios.
"En el día que temo, yo en ti confío" (vers. 3).

David se aferra a lo que Dios le prometió y lo alaba por eso. Se da cuenta de que sus enemigos son simples mortales y que no hay por qué temer si Dios es su defensor. Él dice: "¿Qué puede hacerme el hombre?"
"En Dios alabaré su palabra;
En Dios he confiado; no temeré;
¿Qué puede hacerme el hombre?" (vers. 4).

Los enemigos, por ellos mismos, nunca van a poner fin a la guerra. Eso es lo terrible de una prueba, la tensión constante; es “todos los días”; se encargan continuamente de hacer el mal, por eso es necesario correr a Dios y aferrarse a él. Dios va a encargarse de que ellos no se salgan con la suya, Él los va a derribar.
"Todos los días ellos pervierten mi causa;
Contra mí son todos sus pensamientos para mal.
Se reúnen, se esconden,
Miran atentamente mis pasos,
Como quienes acechan a mi alma.
Pésalos según su iniquidad, oh Dios,
Y derriba en tu furor a los pueblos" (vers. 5-7).

¿Qué hombre es más grande que Dios? Nada ni nadie puede hacernos nada si el Todopoderoso nos socorre. Nuestro precioso protector conoce nuestras luchas, él está involucrado de lleno en lo que nos está pasando. David lo define súper claro: “Dios, tú llevas la cuenta de todas mis angustias”...
¡Increíble el amor de nuestro padre! Él “tiene todas nuestras lágrimas en un frasco”.
"Mis huidas tú has contado;
Pon mis lágrimas en tu redoma;
¿No están ellas en tu libro?" (vers. 8).

Es nuestro Padre protector:
"Serán luego vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare;
Esto sé, que Dios está por mí.
En Dios alabaré su palabra; En Jehová su palabra alabaré.
En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?" (vers. 9-11).

Ahora David tiene su corazón inflamado de alabanza y gratitud. No puede quedarse callado ante semejante victoria y ayuda. Ofrece un sacrificio de gratitud a Dios por su rescate.
"Sobre mí, oh Dios, están tus votos;
Te tributaré alabanzas.
Porque has librado mi alma de la muerte,
Y mis pies de caída, para que ande delante de Dios en la luz de los que viven" (vers. 12,13).

Ejercita piadosamente tu mente. Si puedes ver a Dios podrás eliminar los miedos, disipar la oscuridad y ver con claridad, como lo hizo David. No titubees, el momento para confiar es siempre.


Verónica Rodas


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